miércoles, junio 29, 2005

Viajar

Anoto dos de los fragmentos que más que se me han quedado prendidos en las últimas semanas. Se trata de un fragmento del primer capítulo del libro "El sueño de África", de Javier Reverte, libro de viajes y sueños, de exploradores y rincones por descubrir, de leyendas, hombres y mujeres valientes, y de un continente salvaje domesticado a base de golpes, enfermedades y guerras.

¿Me habrá llegado al corazón porque yo mismo me encuentro Entre tierras? ¿Será por mis meses Entre barras y estrellas?

Probablemente... O tal vez será porque estoy a punto de comenzar un nuevo viaje, o de cerrar un nuevo capítulo -según se mire-.

Pero viajar no es un empeño en busca de lo imaginado, no es la persecución de algo que uno quiere ver, cerrando los ojos a todo lo demás. No es un deporte hecho para los que están seguros de lo que son, qué quieren y a dónde van. Una sola pregunta puede justificar un gran viaje y el viaje está hecho para aquellos que no saben muy bien hacia dónde se dirigen ni conocen con exactitud lo que buscan. Está hecho para los que intuyen que encontrar no es lo importante y que cumplir un sueño puede ser, sobre todo, darse de bruces con la aventura. Es cierto que regresamos siempre, pero no debe viajarse con la intención de hacerlo. Viajar tiene algo de nacimiento.

Javier Reverte, El sueño de África

Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que hay en mi alma un noviembre húmero y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer delante de las tiendas de ataúdes, y en especial, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle a quitarle de un golpe el sombrero a los transeúntes, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda

Herman Melville, Moby Dick

viernes, junio 03, 2005

Versiones originales

Desde algún tiempo he tomado la buena costumbre de leerme los libros escritos por autores de habla inglesa en su versión orginal. Influencia decisiva de Elena, debo de reconocer, que no dejó de insistirme en este punto desde que la conocí. Así, tuve mi "bautismo" de fuego hace dos años con "The piano turner", de Daniel Mason, un libro ciertamente asimétrico y desigual, que no obstante disfruté leyendo prácticamente hasta el final.

Sobra decir que todos los comienzos son difíciles, y que estuve tentado a abandonar en más de una ocasión. Leer, siempre he pensado yo, es un acto de desintegrarse en el tiempo y en el espacio, y de ser absorbido por las páginas que se tienen entre las manos, por lo que uno debe de evitar en lo posible el ser disturbado en este ejercicio por dificultades del tipo "¿y qué significará esta palabra?" o "¿estoy interpretando bien el texto?". Así, uno debe de tener un buen nivel del idioma que está leyendo para poder realmente disfrutar de la lectura sin que se convierta esto en un ejercicio doloroso de autodisciplina.

Después de dos años de ejercicio, y tras una breve estancia de 3 meses en Washington, creo que he llegado al punto en el que puedo decir que al fin puedo disfrutar de los libros que me atrevo a leer en esta lengua. Así, pude acompañar la vida de Charlie en "Flowers for Algernon", de Daniel Keyes, destripar el "Newspeak" de Orwell en "1984", el fino manejo del idioma de Coetzee en "Disgrace", y el particular hilo narrativo discontínuo de Paul Auster en "The book of illusions", libro de terminé ayer (y que ha motivado en parte que me lanzara hoy 3 de junio a inaugurar estos "Mosaicos de papel").

¿Y la valoración de este experimento? Bueno, que me perdonen los traductores, pero debo de reconocer que, al igual que con las películas en versión original (a las que paradójicamente me aficioné en Honduras, donde la industria del doblaje en castellano deja mucho que desear), es infinitamente más placentero disfrutar de una lectura en versión original, lo que me induce a dudar de mis lecturas de autores de otros idiomas, en particular de aquellos que, como Kundera, hacen un ejercicio tan brillante de disección del lenguaje.

Admiro a los traductores, que nadie dude esto, pero no me gustaría estar en sus zapatos a la hora de buscar palabras para explicar la crudeza con la que, por ejemplo Coetzee habla de la "pérdida del significado del lenguaje" en Sudáfrica, o las palabras de realismo mágico de Yann Martel en "Life of Pi".

Leer novela es leer una historia, sin lugar a duda, pero también es saborear unas palabras puestas en su lugar preciso, formando, como insinúa el título de este blog, un mosaico de papel que permite presentar ideas, situaciones, esperanzas, desgracias o fracasos.

Leer versiones originales de los libros, un lujo al alcance de muy pocos, que intentaré seguir disfrutando y ampliando siempre que me sea posible.

Mosaicos de papel

Mosaicos de papel,
fragmentos de pasado, presente y futuro imperfecto simple,
palabras entretejidas en una cabeza primero, en unos ojos después,
horas de insomnio incurable, de locura irremediable, de delirios inevitables.

Mosaicos de papel,
un mundo dentro de un mundo,
una vida, que ilumina la vida que tenemos entre las manos,
un universo allá fuera, por descubrir, que nos atrapa para no soltarnos.

Mosaicos de papel,
el mundo de los libros y los autores,
la única patria por la que merece la pena levantar una bandera.